Para nuestros abuelos la palabra empeñada era más que un documento firmado a cumplirse son excusas. Era su honor y su nombre comprometidos.
Hoy la mentira es la vedette de los juicios más escandalosos, y se luce "embarrando la cancha" parea caratulas, implicar inocentes y devolver mafiosos asesinos a esta pobre sociedad agonizante.
Desaparecieron de los proyectos de a dos el vestido de novia, el registro civil y la iglesia. Y tener los hijos sin padre ha llegado a ser una bandera de independencia femenina (en cuya carrera la madre de Dolly, la oveja clonada, nos ganó la posta...).
Ayer, a la persona que disipaba su vida sexual y afectiva, se le llamaba promiscua. Hoy se dice que ha tenido varias "parejas".
Abundan los programas que pretenden esclarecer la opinión con comentarios profesionales, y nos presentan jóvenes que confiesan públicamente tener relaciones íntimas con varias personas a la vez como una forma lógica de "vivir la vida". Son aprobados, o cuando menos comprendidos son reproche en su definición moral.
La homosexualidad dejó de ser una disfunción entre el cuerpo y la mente para pasar a ser una segunda opción, y la transexualidad ya es sólo un problema de quirófano.
En nombre de la no discriminación seguimos aceptando lo común como normal, sin el menor sentimiento de compromiso con el bien del otro.
Como no podría ser de otra manera al ser parte de esta sociedad errante, no faltan los religiosos que avergüenzan su fe con conductas reprobables como la homosexualidad y el homicidio, o el adulterio y la corrupción de menores. Sólo por citar de uno y otro lado los males mayores.
Entre tanto y olvidados de su verdadero compromiso, los poderosos por rango o por dinero se reúnen en conversaciones sospechosas mientras otros corruptos menores pagan culpas por ellos.
Sangramos de violencia, abandono y ansia desesperada por una justicia que ha negociado su dignidad y ya no llega.
Miramos impotentes una realidad que nos avasalla sin entender por qué cambiaron tanto la verdad, el juicio y los principios éticos y morales que resguardaban una cierta convivencia pacífica en la ciudad, en la cancha de fútbol o en el recital.
El clamor de la sangre inocente derramada de los injustamente condenados, de los avasallados en sus derechos y en su dignidad, llega hasta los oídos de Dios
"El Señor Todopoderoso dice:
Yo vendré a juzgarlos a ustedes. Y al mismo tiempo seré testigo contra los que practican la magia, los que cometen adulterio, los que juran en falso, los que oprimen a los trabajadores, a las viudas y a los huérfanos, los que tratan mal a los extranjeros y los que me faltan el respeto. Yo soy el Señor. No he cambiado. Ustedes se han apartado de mis preceptos... y no han querido obedecerlos. Yo, el Señor Todopoderoso les digo: ¡ Vuélvanse a mi y yo me volveré a ustedes!"
Es tiempo de volvernos a Dios. Todos lo necesitamos. Como nación, como familia, individualmente. Porque los valores del mundo cambian,
PERO LOS DE DIOS NO.

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