El invocar al Señor tuvo comienzo en la tercera generación de la raza humana Enós, el hijo de Set (Gn. 4:26). La historia de invocar el nombre del Señor prosiguió a lo largo de la Biblia con Abraham (Gn. 12:4), Isaac (Gn. 26:25), Moisés (Dt. 4:7), Job (Job 12:4), Jabes (1 Cr. 4:10), Sansón (Jue. 16:28), Samuel (1 S. 12:18), David (2 S. 22:4), Jonás (Jon. 1:6), Elías (1 R. 18:24) y Jeremías (Lm. 3:55). Los santos del Antiguo Testamento no sólo invocaron al Señor, sino que también profetizaron que otros invocarían Su nombre (Jl. 2:32; Sof. 3:9; Zac. 13:9). Aunque muchos están familiarizados con la profecía de Joel respecto al Espíritu Santo, no son muchos los que han prestando atención al hecho de que el recibir al Espíritu Santo derramado exige que invoquemos el nombre del Señor. por una parte Joel profetizó que Dios derramaría Su Espíritu; por otra, profetizó que las personas invocarían el nombre del Señor. Esta profecía se cumplió el día de Pentecostés (Hch. 2:17a, 21). Para que Dios se derrame sobre nosotros se necesita la cooperación de nuestro invocarle a El.

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